Nacida en una sociedad con una identidad
pluricéntrica, la confluencia de nacionalidades a mí alrededor es extensa y
diversa; la migración internacional actual tiene dos aristas: el estímulo hacia
la movilidad entre países y las fuertes barreras al ingreso y permanencia en
los lugares de destino. Seducidos por el “sueño americano”, que para los casos
presentados puede ser de otra nacionalidad, el inmigrante dominicano y/o
haitiano se deja embriagar por la esperanza que constituyen las
“extraordinarias” ofertas laborales de los grandes mercados capitalistas, sin
tomar en cuenta que sus derechos, en calidad de extranjeros, tienen
limitaciones y los nativos gozan de cierta exclusividad.
República Dominicana siempre ha sido una
sociedad de emigrantes e inmigrantes, la idea de encontrar mejores
oportunidades en el exterior está directamente vinculada a nuestra identidad,
al punto de que el “dominican york”[1]
es un personaje clásico del folklore dominicano. Mi vida no ha sido una
excepción, el hecho de nacer en una provincia fronteriza y contemplar a casi
toda mi familia partir hacia tierras extranjeras en busca de “un mejor futuro”
ha hecho que mire la migración con diferentes matices.
El incremento de las movilizaciones de
ciudadanos o personas de origen haitiano hacia territorio dominicano es una
situación excepcional. La presencia haitiana se siente más que ninguna otra por
el hecho de que son nuestros vecinos más próximos, sobretodo a raíz del sismo
acaecido en enero del 2010, asimismo, la particularidad de compartir media isla
con un pueblo tan desigual económicamente y de características poblacionales y
variables migratorias tan distintas pero con miles de historias en común
provoca que el tema migratorio sea una constante en el acontecer dominicano.
La realidad de la migración golpea
duramente cuando se considera como única opción. El migrante, sin importar su
procedencia, no se percibe de la misma forma en las zonas urbanas que en las
rurales; para el caso en cuestión la visión cambia debido a que el campesino
dominicano acepta por naturaleza al inmigrante extranjero pues, posiblemente su
familia o allegados han recurrido a esta práctica y el recibo de remesas se ha
convertido en su principal modo de subsistencia, por el contrario, el
inmigrante urbano es visto como un intruso que ocupa puestos de trabajos y
consume el presupuesto de la nacional utilizar sus servicios
indiscriminadamente.
La comunidad dominicana en el extranjero
se incrementa casi a la misma velocidad con la que la población haitiana se
instala permanentemente en nuestro territorio. Independientemente de los
factores que pueden motivar la inmigración, el económico es la causa más
general, de ello que se relacione directamente con la incertidumbre hacia el
futuro, la inseguridad política y/o social, la escasez de plazas laborales u
oportunidades reales de desarrollo humano.
Expertos dominicanos y una gran parte de
la población está de acuerdo en que la ausencia de una política migratoria
precisa y el incumplimiento de las leyes al respecto ha causado que el tema de
la migración haitiana adquiera un matiz complejo; la cooperación interestatal
en esta materia también ha sido precaria y poco efectiva pues “el Estado sigue
defendiendo un monocentrismo cultural y económico excluyente, que deja al
margen a los grupos sub alternos, asociados fundamentalmente a la pobreza, a la
haitianidad y a la negrura”[1].
Mientras la “invasión pacífica” (como comúnmente se le llama a la éxodo masivo
de haitianos a Republica Dominicana) llega a nuestro territorio, cientos de
jóvenes dominicanos ante la escasez de oferta laboral y atemorizados por el desempleo académico buscan oportunidades
de estudio/trabajo en el extranjero, con la esperanza de conseguir empleos
mejor remunerados y enfocados a sus áreas profesionales y, en algunos casos,
formar una familia a fin de obtener los documentos necesarios para residir de
manera permanente en el país receptor.
Los esfuerzos institucionales no son suficientes, la debilidad que muestran las autoridades de
ambas naciones para regularizar el status del migrante ilegal y/o indocumentado
en el país y crear ofertas de empleo decentes para los dominicanos provoca que
el empleo informal y el sub-empleo continúen incrementándose, derivando en la
formación de círculos de pobreza alrededor de las zonas urbanas, donde los
trabajos vulnerables y los contratos discriminatorios son la norma, mientras
que durante el éxodo estos individuos son victimas frecuentes de la trata y
tráfico de personas, y se ven sentenciados a sufrir vejaciones, a ser
discriminados, maltratados, abusados en algunos casos y en los casos más
extremos, a morir en manos de la naturaleza como ocurre con los viajes ilegales
que parten de República Dominicana hacia Puerto Rico.
La migración desordenada, las lagunas
legislativas, y la ausencia de políticas públicas efectivas pone en tela de
juicio la actividad del Estado como organismo de control y provoca que los
cientos de ONG´s, locales y sustentadas por fondos internacionales, que
trabajan el tema se aprovechen de sus recursos y debilidades con fines
lucrativos que atentan contra el bienestar de los más necesitados.
Ante las múltiples variables, cabe
mencionar el panorama asimétrico desde el punto de vista político, económico y
social que poseen los países receptores: Republica Dominicana para el caso
haitiano y Estados Unidos y algunos países de Europa para los dominicanos. Las
condiciones de vida que presenta el lado oeste de La Española convierten a Republica Dominicana en un
atractivo destino para los haitianos, paradójicamente, los dominicanos
salen masivamente hacia países más
desarrollados, donde se entiende que hay mayores oportunidades y donde la esperanza
de regresar a su tierra natal a vivir sin preocupaciones se hace mas real.
Con el aumento persistente del flujo de
haitianos el temor de los dominicanos por su identidad y territorio también se
ha ido creciendo, Bissainthe (2002) lo
describe de la siguiente forma: “La idea de la ocupación o del peligro no está
en lo militar sino en lo moral y lo espiritual. Ellos se refieren a la
movilidad de la fuerza laboral haitiana a través de la frontera. Se ha creado
estereotipos sociales del inmigrante haitiano basados en factores ideológicos y
políticos-culturales que se manifiestan lamentablemente en función de un
rechazo socio-cultural del obrero dominicano a los trabajos agrícolas, de
construcción, etc. Así el obrero haitiano de baja calificación, gana un espacio
laboral en el cual expresa su pasividad, aceptando las condiciones laborales de
cualquier manera que sean.”[2]
Las cosas suelen estar mejor en este
lado de la isla, sin embargo cada año más jóvenes dominicanos mueren en el
Canal de la Mona a causa de los tiburones, intentando llegar a Puerto Rico en
embarcaciones débiles y sobrepobladas. Aquellos con más posibilidades
económicas y con un nivel educativo mínimo, prefieren probar suerte en Europa o
en Norteamérica, donde los empleos derivados del servicio domestico, en el
sector turístico o en la prostitución garantizan una estancia medianamente
acomodada y un sueldo que le permite mantenerse discretamente y enviar dinero a
los que se quedan.
Como joven graduada con honores de la
Universidad y subempleada en una institución estatal durante 6 años, mi única
esperanza es que los esfuerzos hechos durante mi vida estudiantil rindan sus
frutos y me permitan obtener una beca de estudios en el exterior, pues las
especializaciones para mi área son sumamente costosas y encontrar exenciones
para aliviar la carga económica es casi imposible, pues mi licenciatura está
saturada de profesionales.
Cada día jóvenes prospectos, con buenos
índices académicos, proactivos, historiales impresionantes de servicio
comunitario, estrellas deportivas y un montón de actividades extra curriculares
deseosos de un futuro mejor se marchan hacia Europa o Norteamérica con el fin
de estudiar y conseguir empleos en sus áreas profesionales, tarea casi titánica
en los países en vías de desarrollo, donde los costos de la educación superan
por mucho los sueldos mínimos y, en algunos casos es deficiente; las plazas
laborales decentes son escasas y el índice de desempleados y de desertores
estudiantiles aumenta cada año en todos los niveles.
La denominada “fuga de cerebros” ralentiza
la producción de capital humano que genera mi país, pues el Estado ha invertido
sin espera de compensación alguna, en la
educación de esos jóvenes que parten, en la mayoría de los casos, sin deseos de
regresar a la tierra que los vio nacer, en el contexto macroeconómico se podría
entender de la siguiente forma, dichos jóvenes son adquiridos en principio como
bien de inversión del país de origen y luego pasan a formar parte del capital
productivo del país de acogida convirtiéndose para su país en un productos no
consumidos.
Una escena similar es la que viven
nuestros hermanos haitianos. Es común verlos en nuestras universidades,
hablando una lengua que no es la propia, trabajando en un país que no es el
suyo sin deseos de regresar pues la inestabilidad política, el inexistente
crecimiento económico el precario desarrollo social, la criminalidad creciente
sumado a los otros males que han afectado al país en los últimos años hacen que
el regresar no sea más que un mito; más usual aún es observar la frecuencia con
la que miles de haitianos arriesgan su vida ante la permeabilidad de la
frontera, cruzan el Masacre[3] a pie para
introducirse sin documentos de identificación en el comercio informal, trabajos
vulnerables o simplemente a mendigar en las calles .
Las costas dominicanas son testigos
silentes de éxodos similares, constantemente hombres y mujeres en edad de
trabajar zarpan de manera ilegal hacia Puerto Rico embarcaciones frágiles, las
cuales, por su sobre población, están destinadas a zozobrar en el canal de la
Mona sin dejar nombres para recordar ni cuerpos para sepultar. En otros casos
son interceptados por autoridades nacionales y/ o extranjeras quienes los
repatrían hacia hogares donde ya no hay nada, pues entregaron todo lo que
tenían para costear el viaje.
La falta de regulación o la poca
efectividad de la legislación nacional favorecen una migración desorganizada y
persistente que arriesga la sostenibilidad económica del Estado para asumir los
costos provenientes de ciudadanos que llegan al país en condiciones
irregulares. Del vacío legislativo y deviene un comportamiento irresponsable de
un considerable número de ONG´s que trabajan en pro de la defensa de los
inmigrantes en el país, pero que solo toman bajo su tutela a la persona de
origen haitiano, como grupo vulnerable y tema constante de debate público, se
aprovechan de las subvenciones otorgadas en pro de lucrarse jugando de esta
forma con las motivaciones de los desplazados voluntarios e involuntarios que
viven con esperanza el sueño lejano del regreso.
Ante un escenario tan pesimista, el
aporte y la incidencia de las comunidades de inmigrantes es incalculable. La
lucha contra la indolencia estatal debe superar las simples críticas a un
Estado permisivo en el cumplimiento de la ley. De allí viene que una educación
en valores que promuevan la tolerancia y el trabajo forma jóvenes con miras a
poner su país en alto sin importar donde se encuentren y a trabajar por la
reconstrucción y fortalecimiento de su Patria.
Una de las Instituciones con la cual
colaboro a titulo voluntario promueve iniciativas que motivan a los jóvenes a
mirar a nuestros vecinos de una forma distinta. Los haitianos dejan de ser
nuestros históricos enemigos para convertirse en aliados de la lucha contra la
pobreza, co- creadores de conocimientos y hermanos por un futuro mejor.
Mediante la impartición de conferencias,
la participación de paneles y conversatorios con jóvenes de ambas naciones se
fomentan vínculos de trabajo, comprensión y hermandad; a través de las jornadas
comunitarias voluntarias en ambas naciones es más fácil creer que construyendo
juntos es posible tener la patria que
todos deseamos.
Mediante el trazo de estrategias
mancomunadas, enmarcadas a reformar las políticas públicas y la situación de
cada país y caracterizadas por la jovialidad, espontaneidad y entrega que
caracteriza a la juventud se allana el camino para que los lideres emergentes
se involucren en la realidad de sus naciones, conozcan el aparato político y
puedan impulsar de una forma positivas las reformas que tanto anhelamos.
Mi experiencia como voluntaria me ha
enseñado a amar a mi prójimo, sin importar de donde venga o lo que mi familia
piense. Veo al inmigrante como un ser valiente, decidido, dispuesto a arriesgar
todo lo que tiene con tal de ofrecer un futuro mejor a su familia.
Veo a inmigrante cuando recuerdo que mis
padres dejaron todo en su pueblo de origen para garantizarme la educación que
ellos no tuvieron y el futuro que siempre desearon.
[1] Pág. 199. Gonzalo
Ramírez de Haro, Dolores Brandis, Teresa Cañedo-Argüelles, Teba Castaño, Luis
Escolano. Efectos de la Migración Internacional en las Comunidades de origen
del Suroeste de la Republica Dominicana. Editora Búho. Año 2009.República
Dominicana ISBN:978-9945.427-69-1
[2]
Pág. 66. Bissainthe, Jean Ghasmann. Paradigma de la Migración Haitiana en
República Dominicana “Migración, Raza y Nacionalidad”. Instituto Tecnológico de
Santo Domingo. Editora Búho. Año 2002 Republica Dominicana.
[3] Rio binacional entre
Haití y República Dominicana, parte de las fronteras naturales entre las dos
naciones.
[1] La jerga popular dominicana
define al “dominican york” como cualquier persona de origen dominicano que
reside en los Estados Unidos, generalmente en Nueva York.
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